Ni siquiera se veía allí al portero, y los ociosos que, en horas más tardías, ayudaban a mantener en pie sus paredes, aún no se habían despertado. El gran reloj de dos caras de la esquina, situado frente a la joyería a crédito, marcaba las nueve y seis minutos.
- Chester Himes, El gran sueño de oro