Consultó el reloj. Iba bien de tiempo. Pasaban doce minutos de las tres. Cogió un rollo de cinta adhesiva y sujetó la bomba a un conjunto de cables a media altura de la pared. Entonces, con la boca seca y el estómago revuelto, empezó a programar el temporizador.
- Val McDermid, Bajo la mano sangrienta